miércoles, 25 de junio de 2008

El sofá de Sandías

"Sofá rojo con desnudo", de Pedro Soler.

Sandías vivía solo en su caravana. No tenía trabajo. No le quedaban ahorros. No tenía amigos, ni familiares, ni una triste mascota, a excepción claro de las plagas de diversas especies que convivían bajo su techo. No tenía apenas pelo, y le escaseaban los dientes. Por no tener, no tenía ni comida, ni agua caliente, ni un par de calcetines limpios. Ni siquiera tenía un sofá. Y prácticamente todo el mundo tenía un sofá. Hasta la mayoría de los mendigos de la calle tienen uno, puede que rescatado de un contenedor, o quizás construido a partir de cartones añadidos a la estructura de un banco del parque. Pero el caso es que lo tienen.

A pesar de su mala fortuna y de la incertidumbre que le provocaba no saber si iba a comer algo caliente (o frío, daba igual) durante el día, Sandías tenía algo que le impulsaba a levantarse cada mañana. Y ese algo era un sueño.

Ahora mismo, si os preguntara cual creéis que era el sueño de nuestro pobre (literalmente) protagonista, muchos diríais:- ¡un trabajo!, ¡dinero!, ¡fama y poder!, - o incluso alguno/a, demasiado pragmático/a y/o con un dudoso humor negro respondería: - ¡la muerte!-. Pues no… todos/as os habríais equivocado, porque con lo que soñaba Sandias todo el tiempo era con Melones.

No, no quiero que os hagáis una imagen errónea de este infeliz, que no era ningún pervertido, o al menos, no más de lo que un tipo de cincuenta años, completamente solo, puede llegar a ser. Tampoco se trataba de un adicto al jugoso (aunque algunas veces traicionero) fruto de Villaconejos.

Melones era simplemente su vecina. Vivía en la caravana grande, blanca y prácticamente nueva situada en la parcela de al lado. Madre soltera, divorciada o abandonada, con tres gamberretes a su cargo, que con sus travesuras eran el terror de los vecinos del parque de caravanas, para sofoco de su sacrificada progenitora, que siempre les perseguía sin demasiado éxito con la zapatilla en ristre.

Para Sandías, Melones era irresistiblemente hermosa, y aunque no vestía con un gusto exquisito, o bueno, para ser más exactos, no vestía con gusto alguno, él la espiaba desde su caravana, y parapetado tras sus mugrientas cortinillas, la observaba todas las mañanas, cuando salía a la compra con su chándal y sus sandalias de tacón de aguja, arrastrando un viejo carrito de cuadros escoceses.

El sabía que ella tardaría en volver, pues era muy aficionada a invertir parte de su pensión en una sala de tragaperras cercana al supermercado. Así que, aprovechando que los niños estaban supuestamente en el colegio, que la anciana madre de Melones estaba todo el día sentada atada a una butaca, con la tele encendida, y que aun con los ojos abiertos, no parecía percatarse de nada de los que sucedía a su alrededor, nuestro protagonista se colaba en aquella caravana grande y limpia, que siempre olía a tarta de limón.

Apenas entraba, lo primero que hacía era sentarse en el mullido sofá de tres plazas, y se dejaba mecer por los crujiditos emitidos por una brillante funda de plástico duro, puesta por su dueña para evitar un mancillamiento innecesario de aquella maravillosa tapicería rojo pasión. Incluso algunas mañanas, por cortesía, saludaba y le daba algo de conversación a la anciana, que nunca parecía escucharle ni verle. Y así, juntos, veían las telenovelas, o el programa de Ana Rosa (que a la abuela parecía gustarle, porque algunas veces sonreía), hasta que Sandías creía que corría el riesgo de ser descubierto, y volvía a su cubil.

Una vez allí, y mientras esperaba el regreso de Melones, se juraba y se rasgaba las vestiduras con el deseo de vivir en aquella caravana nueva, de ser el hombre de la casa, de ser la figura paterna que necesitaban aquellos pequeños delincuentes en potencia, de estrechar entre sus brazos a su amada, sentados en aquel sofá rojo cubierto con un plástico transparente. Aquel era su sueño.

Melones y su sofá eran lo que impulsaban a Sandías a seguir viviendo, y a desechar la idea de meter la cabeza en el horno, o bueno, como dicho electrodoméstico hacía meses que no funcionaba, de tirarse por un puente.

(Continuará…)


miércoles, 18 de junio de 2008

Contaminación

Helicópteros retumban en mi mente,
relinchos, gritos y truenos,
llantos, golpes y flautas.
Ecos de una pesadilla que nada
en las turbias aguas de mi alma.

No hay cloro para eliminar la mugre,
no hay paños para secar los charcos,
no hay alcohol para desinfectar la herida.
Mi corazón es como un baño,
última puerta del fondo, a la izquierda.

Cada cosa que comienzo se destruye,
cada cosa que destruyo se muere,
cada cosa que mato me borra un poco.
Y aquí sigo creando y desapareciendo,
hasta que no me vea ni a mi mismo.

Hoy mi contaminación es acústica,
hoy mi contaminación es ambiental,
hoy mi contaminación es creativa.
Calentamiento emocional que derrite mi calma,
convertida en lágrimas que manan sin cesar.

lunes, 16 de junio de 2008

Esculturas del Sueño Americano

Man on a Lawn Mower (Escultura de Duane hansen)

Queenie II (Escultura de Duane hansen)

Ayer, en un recorrido madrileño en busca de las distintas exposiciones incluidas en el marco de Photoespaña 08, abiertas en domingo, acudimos a la Fundación Canal, con el único objetivo de ver la obra Mírate, continuación del proyecto Retrátate, elaborado a partir de sesiones fotográficas de artistas relevantes como Miguel Trillo o Amy Chang, que retrataron el pasado mes de mayo a decenas de voluntarios/as interesados/as en participar en esta iniciativa.

El caso es que esta exposición, ubicada en el Depósito Elevado de la Fundación Canal, no está mal, sobre todo, si la observamos teniendo en cuenta la globalidad del proyecto de experimentación y participación social. Me alegro mucho de haberla visitado, no por la exposición en si misma, sino porque nos permitió enterarnos de que en un edificio anexo se puede acceder a otra exhibición, “Duane Hanson: Esculturas del Sueño Americano”, para mi gusto mucho más interesante.

Si tengo que ser honesto, es la primera vez que había escuchado hablar de este tal Hanson, uno de los escultores más reconocidos de las postrimerías del siglo XX, desaparecido hace poco más de una década, y precursor del hiperrealismo del que han bebido multitud de artistas actuales. Esta exposición, supone de hecho, la primera retrospectiva que se hace del autor en nuestro país.

El realismo de las esculturas es tan cuidado, que nada más entrar a la galería, todos los visitantes, incluido yo mismo, sufren una extraña sensación de estar contemplando a modelos ejerciendo de estatuas humanas, y más de uno/a puede llegar a confundir las dos primeras esculturas sentadas de espaldas en un banco, con dos turistas reales haciendo un descanso en su deambular por las calles de Madrid.

El tema principal de la obra de Hanson es la persona. Para realizar la mayoría de sus esculturas elige al ciudadano medio, anónimo, de cualquier edad. Tiene el don de hacer visibles a los invisibles y convertirlos en protagonistas, capturando los estereotipos de la sociedad americana de los años 70 a los 90 y recrea figuras de personas corrientes en actitudes tan comunes como trabajar, tomar el sol, escuchar música o hacer ejercicio.

Son 22 obras construidas en resina de poliéster y fibra de vidrio, polivinilo o bronce, y pintadas a mano con maestría consiguiendo reproducir el color de la piel, la expresión de las miradas o las arrugas del rostro, hasta detalles sorprendentes.

Merece la pena acercarse.


miércoles, 11 de junio de 2008

Triste violencia

Hoy el día ha comenzado de forma bastante lamentable. He cogido el coche para ir a trabajar, y nada más comenzar mi trayecto, me he topado con un brutal atasco. Uno de esos embotellamientos que te pillan en el lugar menos indicado, en esa calle pequeña que cruza una vía de tres carriles, en la cual, interminables filas de coches pasan directamente de respetar los semáforos y las normas básicas del civismo, impidiendo cualquier incorporación.

Tras varios minutos completamente parado viendo pasar la marabunta, no me ha quedado más salida que pasar a la acción, y como dicen que el mundo es de los valientes, he aprovechado un pequeño resquicio, apenas un segundo de parada de uno de los vehículos, para meter el morrillo de mi querido “bolita”, cual ratoncito que se abre paso por el agujero de una panera.

Dicho y hecho, una vez que metes la cabeza, ya no hay vuelta atrás. Pero el destino es incierto, y en vez de topar con un ser humano al volante, me ha tenido que tocar en la maniobra, uno de esos eslabones perdidos entre la ameba y el ñu (por favor me perdonen ambas especies), que al volante de su utilitario, no se ha tomado nada bien mis acrobacias.

Al principio, y dado mi carácter tranquilo, he pasado de sus insistentes pitidos, pero cuando las imprecaciones, bocinazos, y acercamientos agresivos a mi parachoques trasero no cesaban, he cometido el absurdo e instintivo movimiento de girar la cabeza y ensayar el mundialmente conocido gesto de “tu estás loco”, taladrando ficticiamente mi sien con el dedo índice.

Tan inocente símbolo corporal ha debido desagradar sobremanera al ñumeba (¡hey, acabo de bautizar a una nueva especie genética!), porque en un alarde de civismo vial, se ha cambiado bruscamente de carril, para colocarse en paralelo a mi coche, y utilizando su segunda neurona útil, ha conseguido apretar el elevalunas eléctrico para bajar la ventana, dedicándome unas cuantas hermosas y eruditas frases acordes a su enorme intelecto.

Yo, que llevaba la ventanilla bajada, me he quedado mirándole sin dejar de sonreír, acordándome de las profundas enseñanzas zen de Isabel Pantoja (dientes, dientes, que es lo que les jode), y he contestado a su retahíla de improperios con un simple y aséptico: Tu estás loco tío, cállate ya y conduce.

He de añadir, que el ñumeba iba acompañado por un copiloto que parecía provenir de una especie más evolucionada (si grandes alardes), y al menos ha demostrado tener algo de sentido común intentado mediar un poco en el descontrol de su amigo con un escueto: -Tranquilo Paco…, tranquilo-.

Pero Paco, que no estaba por la labor de hacer caso, ha cometido la osadía de abrir la puerta de su coche y haciendo un amago de bajarse, me ha dedicado un gran clásico de la idiosincrasia hispana, la temida y siempre arriesgada pregunta: -¿A que me bajo del coche y te rompo la cara...(aquí que hay que añadir algo dedicado a mi madre)?-.

Y digo arriesgada pregunta, porque en este caso el ñumeba Paco se ha topado con un ser humano racional, pero bien podría haber sido yo un Gorisonte, o un Tibuhiena (¡Mira!, otras dos nuevas especies), haberme bajado del coche, bien provisto de una barra de acero (lo típico que llevan en el maletero algunos especimenes), y aprovechar mis 1,85 y mis 90 kilos para mandarle al hospital, que no nos engañemos, quizás es lo que se merecía.

Pero no, como ser humano racional, que ha visto demasiadas veces la película Regreso al Futuro, para saber cuando merece la pena enfrentarse o no a determinadas bravuconadas, he decidido simplemente persistir con la técnica de la Pantoja, aun cuando el pobre Paco, sujetado por su amigo, se ha bajado del coche, y se ha puesto como un loco a retarme pegado a mi ventana.

No se si han sido los pitidos del resto de los coches a nuestro alrededor, ya que el tráfico ha empezado a avanzar, o que al acercarse a mi puerta, el ñumeba se ha percatado de que estaba jugando con fuego (dado mi tamaño y edad), pero el caso es que se ha subido al coche, y gracias a dios, el azar de los atascos no nos ha vuelto a situar cerca como para entablar una nueva “conversación”. Pero el hecho es que la historia me ha hecho pensar.

¿Qué pasa por la cabeza de alguien, para arriesgar su integridad física, echando por tierra su condición humana, por un simple hueco en un atasco de tráfico?¿Qué le hará este tipo a su pobre mujer cuando esta le conteste mal, o a sus hijos cuando le traigan malas notas?.

Nos extrañamos de las barbaries que se cometen por diferencias económicas, religiosas y políticas, pero en la vida cotidiana, en nuestra ciudad, no solo en Irak, Somalia, Panamá, Puerto Hurraco o Estados Unidos, tenemos que convivir a diario con personas violentas, capaces de mandar a alguien al hospital o dejarse machacar por cualquier estupidez. Es triste empezar el día así, topándome de lleno con esta cruda realidad.

viernes, 6 de junio de 2008

Barras de pan


Ayer bajé a la tienda de comestibles de la esquina, unos ultramarinos de los de toda la vida, quizás el único negocio en siete manzanas que ha conseguido hacer frente al fuerte empuje oriental en el sector del pequeño comercio alimenticio.

Se trata de uno de esos locales que siempre huelen a rancio, y que no han cambiado desde los años sesenta. Por eso, a fuerza de mantener la misma decoración, los productos y embases del escaparate están como difuminados y decolorados en tonos sepia.

Allí me atendió el personaje que todo el barrio conoce como “el judío” (todos los profesionales del ramo tienen mote, así que también podría haber sido “el jumillas”, “el rata”, “el mantequero”, “el guarro”, "el pesetas", o cualquier otro apelativo de tendero por el estilo).

Como siempre que entro, que no es muy a menudo (me pone nervioso que me hagan las cuentas en el mismo papel en el que me envuelven los productos), me dispuse a recibir el trato vejatorio destinado a los clientes ocasionales, que es inversamente proporcional al estilo simpático, meloso e incluso sobreactuado con el que “el judío” trata a las señoras mayores, sus clientas más fieles.

Así que, sin esperar mucho saludo ni conversación, me planté delante del tendero y le dije:

- Hola, déme dos barras de pan, y si tiene usted huevos, me pone dos docenas.

No me preguntéis como, ni por qué, pero el caso es que me vi arrastrando hacia mi casa un saco con veintiséis barras de pan.

lunes, 2 de junio de 2008

Inversión Musical

Estoy realmente contento, y no es precisamente porque sea lunes, y me agrade sobremanera la larga semana de trabajo que me espera, sino porque ya tengo las entradas para dos de los eventos marcados en rojo como imprescindibles en mi particular agenda cultural y de ocio de este año.

Así, y en primer lugar, el próximo 14 de junio, me sentaré junto a mi querida H, en una de las butacas del Auditorio del Parque Juan Carlos I, y me dejaré trasportar por Ennio Morricone y el Orfeón Donostiarra, a todos esos lugares e historias construidas por Sergio Leone, Pier Paolo Pasolini, Bernardo Bertolucci, Gillo Pontecorvo, Brian de Palma, Marco Bellocchio o Pedro Almodóvar.

Gracias a las bandas sonoras del genial compositor romano, que ya son parte de nuestro imaginario colectivo, podré ser durante unos instantes un ex-sargento de la caballería del Norte, que se dirige a San Miguel por un puñado de dólares, o un forajido callado y misterioso que en vez de hablar toca la armónica, o un campesino revolucionario en la Italia de principios del siglo XX, o quizás un jesuita que se adentra en la selva armado de su fe y de un oboe, o un Elliot Ness empeñado en hacer morder el polvo al malvado Al Capone. Y así, como el Totó de Cinema paradiso, disfrutaré de lo lindo ante la magia del cine, representada en esta ocasión en forma de hermosas melodías, por las voces del Orfeón Donostiarra.

Por otro lado, y en segundo lugar, ya tengo mi entrada para el Festival Summercase, que sin duda, por su cartel, se ha convertido en el mejor festival de música pop-rock alternativa del país, desbancando, por lo menos este año, incluso al mítico FIB. Allí me esperan decenas de grandes conciertos: Interpol, Kaiser Chiefs, Kings of Lion, The Breeders, Ian Brown, The Verve, Grinderman, The Raveonettes, Los Planetas, y tantos, tantos otros. Será un fin de semana increíble, así que el pasado sábado, tras salir de la tienda de la Fnac de Callao, me fui con el gran Alberto a celebrarlo con unas cañitas de mediodía, que son las que mejor sientan. Y es que parece que nos han hecho el festival a medida para los dos (¿y si nos llegan a meter también a Pixies o a Radiohead?).

Hay que reconocer que ambos actos suponen un gran agujero en el bolsillo, pero visto como se ha puesto el tema cultural y sobre todo musical, no queda otra que seleccionar, elegir lo “imprescindible”, cerrar los ojos y pagar sin pensarlo demasiado.

Esto no quiere decir que esté de acuerdo con los precios que impone el mercado cultural actual, por muy bueno que sea el espectáculo o artista, puesto que en nada ayudan a la universalización de la cultura, convirtiendo la buena música en directo en algo exclusivo del que se lo puede permitir, y obligándonos al resto, a seleccionar tres o cuatro conciertos de pago al año.

Siempre nos quedarán algunos pequeños reductos musicales y culturales gratuitos, aunque también es cierto, que cada vez son menos.