jueves, 27 de septiembre de 2007

Vacío


Hay días que uno se siente vacío. Ni alegre, ni triste, ni enfadado, ni frustrado, ni contento, ni cansado. Simplemente vacío. Es una mezcla peligrosa de apatía y resignación, de saber que hay algo que falla, o que falta, pero sin llegar a entender bien que es, o si dicha ausencia es buena o es mala.

Es algo así como un hueco en el estómago, ya que para mi, ahí es donde se encuentran los sentimientos que algunos atribuyen al alma. Hay gente que le duelen los huesos, o tiene migrañas en la cabeza, los hay cardiacos, o nefrólogos, o incluso genitales. En mi caso, todo lo que me afecta, lo noto en el estómago. Quizá tengo menos glamour que una persona rinolaringóloga, pero así me libro de la sinusitis por estrés.

Pues como decía, cuando estoy vacío, noto un hueco en el estómago, y no tiene nada que ver con el hambre. Y quizás tenga que ver con la impresión de que me han robado una semana. Ayer era domingo y mañana es viernes. O puede que tenga que ver con la perdida, una vez más, del control de mi vida, que tanto me había costado alcanzar durante las vacaciones.

No lo sé, pero no me gustan las cosas vacías. Las prefiero llenas, aunque sean de algo malo, o sucio, o triste, de penas, o de rabia. Por lo menos así obtienes respuestas y corriges errores. Lo bueno del vacío es que el remedio aparece cuando menos te lo esperas…..quizás simplemente dormir, o un beso, o escribir en este Blog, o una canción, sean lo que necesito para llenar este hueco.

martes, 25 de septiembre de 2007

Noche en blanco (literalmente) y el Taxista Franquista.

Margarita e insecto. Aldea del Fresno, Madrid. 2007.

La sobredimensionada Noche en Blanco Madrileña, se quedó en eso, simplemente en una noche en blanco en la que miles de ciudadanos no dormimos, pero tampoco pudimos hacer, ni ver, absolutamente nada de lo que teníamos planeado.

Sin embargo, la cosa parecía empezar bien, y los conciertos del Pura Vida, que comenzaron a las 16:00 (que grandes son Second) y la tradicional visita a las Fiestas del Partido Comunista, con una buena actuación de los Orishas tras un parón de media hora por la lluvia torrencial, fueron lo único aceptable del día.

Eso fue todo. Si nos hubiéramos quedado en las fiestas, o nos hubiéramos marchado a casa en ese momento, nos habríamos ahorrado un montón de esperas, colas, avalanchas, y decepciones que pasaré a narrar a continuación.

Fue premonitorio, que al llegar a la estación de metro de Plaza de España, a la 1:30 de la mañana, para ver el montaje de luces del Edificio España, no funcionara ninguna de las tres escaleras mecánicas para subir al exterior, y nos encontráramos así con las primeras colas y empujones de la noche, sólo para salir del metro. Una vez fuera, pues decepción: el edificio España estaba iluminado sí, pero con luces normales, y cientos de personas se agolpaban con las cabezas levantadas, y haciendo pasar rumores de unos a otros sobre si los tonos cambiaban cada cierto tiempo. Y en efecto cambiaban, y cada ventana se iluminaba de un color diferente, pero sin formar figuras, ni mosaicos, ni nada.

A continuación corrimos decididos a coger una de las maravillosas líneas de autobuses que el Ayuntamiento y nuestro alcalde y faraón, Alberto Ruiz-Gallardón, habían habilitado para “que todos los ciudadanos utilicen el trasporte público en La Noche en Blanco”, ya que el Metro (para sorpresa de todos) cerró a su hora habitual. Pasaron sin detenerse (repletos de gente apiñada como sardinas) hasta ocho vehículos de la famosa Línea 3 (la más buscada de la noche), y decenas de ciudadanos, que teníamos como destino el Matadero Madrid, empezamos a tomar contacto con la realidad de un evento con una pésima o nula organización.

Andar, andar, andar y andar, más autobuses llenos que no paraban, imposibilidad de encontrar un taxi vacío. Nuestro caminar nos llevó desde Plaza de España hasta Puerta de Toledo. Por el camino, vimos las colas brutales que se montaron en la puerta del Palacio Real, donde gentes de todas las edades parecían dormitar en una línea interminable. Y por fin, dos horas después, un taxi, para llegar a Matadero pasadas las 3:30, y allí la ignominia…era un macro-botellón lleno de gente y disturbios. Pudimos entrar, tras una avalancha, al escenario de Myspace, donde seis pintamonas mexicanos subidos al carro de la movida madrileña, desgranaban lo mejor de sus cantos desafinados, de sus ritmos tecno sin ecualizar, y de sus malos disfraces Mcnamarianos. Como era de prever, la cosa acabó en tragedia, y además de jodérseles el sonido, ciertos sectores del público, más drogados aun que los músicos, terminaron entablando una guerra de objetos lanzados con saña asesina. Puro arte vamos, cultura de calidad de la buena.

En los jardines del recinto, peña bebiendo y tocando los bongos o improvisando capoeiras, vamos, lo de todos los días en cualquier parque madrileño, pero esta vez, en la supuestamente original y multicultural Noche en Blanco. Unos malísimos ultra-cortos proyectados, aderezados con las intervenciones de espontáneos borrachos, que salían a la pantalla a comentar la jugada y conseguir sus minutos de gloria de la noche. Fin de la historia. Desalojaron dos horas antes de lo previsto.

Nada más. Gente que se marchaba hacia sus casas, cansados y con las cabezas gachas, comentando sus propias batallas y decepciones, y nosotros que conseguimos coger un Taxi, maldita la hora. Nos paró uno “un poco de derechas”, de esos que les encanta hablar, quiera el cliente o no, y que nos deleitó los oídos con su teoría sobre las libertades individuales, sobre las malditas limitaciones de la velocidad, del alcohol y del tabaco, que terminaron con el consabido comentario de <<..yo soy liberal, pero en ocasiones, echo de menos a Franco>>, y que para colmo de males, se confundió de camino y nos dio un rodeo importante, pidiendo disculpas, pero cobrando lo mismo. Todo un showman.

Visto lo visto, y dada la dudosa calidad de muchos de los eventos, la performance del Taxista Franquista (como bien dijo una amiga, suena a título de película de terror de serie Z), podría haberse incluido sin problemas dentro del programa de La Noche en Blanco, aunque entonces, nadie habría podido verla.

El año que viene me quedo en casa.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El bueno de Tod


Tod avanza por la calle como un barco que se abre paso por entre las placas de hielo de la Antártida. Su cuerpo va marcando una implacable línea recta, y sin pretenderlo, de manera natural, casi mágica, la gente, los coches, el mobiliario urbano, se recolocan a su paso, creando un inconsciente sendero libre, sin obstáculos a su alrededor.

Como un nuevo Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo, la urbe se abre a su caminar y nada le detiene, los semáforos se ponen en verde automáticamente, los andamios crecen para que no tenga que agacharse, los adoquines se aprietan rellenando los huecos que puedan hacerle tropezar, y la ciudad entera se adapta a su ritmo, de manera que Tod sólo tiene que pasear tranquilamente, en dirección a su destino.

Nada le perturba, ni siquiera el bullicio, y el caminar de Tod es acompañado por un silencio pacificador, que doblega el ruido a su voluntad, y lo obliga a esconderse cobarde hasta un buen rato después de que Tod haya pasado. Nada, ni motores de coches, ni voces, ni golpes de herramientas, sólo silencio.

El bueno de Tod no llega nunca tarde a sus citas, y su fuerte sentido de la responsabilidad nunca le permitió faltar a su trabajo. Ni la lluvia, ni la nieve, ni los atascos, ni la enfermedad le impiden cumplir con su empleo. Una profesión sin vacaciones, sin festivos, sin bajas laborales, y sin jubilación anticipada. Pero en definitiva es un empleo, ni mejor ni peor que los demás.

Se para delante de un viejo edificio de viviendas, y mirando su reloj de muñeca suizo, Tod comprueba que aun le faltan unos minutos, así que se detiene, y aprovecha para consultar su vieja y manida agenda con tapas de cuero, donde tiene anotada con total minuciosidad su ruta diaria. El número 56, 2º B. Entra en el portal, y la portera que está fregando, apenas si repara en un extraño que pasa por su lado, aunque se pregunta cómo se habrá secado tan rápido una línea entera de baldosas en dirección a la escalera.

La puerta del 2º B está abierta, y Tod entra sin llamar. Uno de los privilegios de su cargo. Avanza por el pasillo, hasta el salón. Allí está Matías, un anciano que vestido con un batín de lana roja, acaricia un gato blanco que se acurruca en su regazo.

Situándose entre el anciano y la televisión encendida, Tod abre su maletín, saca unos documentos, y se los tiende, junto con una pluma estilográfica con empuñadura de marfil. Matías recoge los papeles, sella su firma en los documentos y se los devuelve al extraño visitante, que los guarda de nuevo en su portafolio, y posando una mano sobre la cabeza del anciano, susurra unas palabras a su oído. Palabras escuchadas por muchos otros antes que él.

Los periódicos del día y los programas sensacionalistas se hacen eco del nuevo caso de muerte en soledad de un anciano en su piso de Madrid. La portera del inmueble, dio el aviso al servicio de emergencias, al notar fuertes olores en el patio, que provenían del interior del habitáculo. M.R.S de 86 años de edad, era viudo y no tenía hijos. <<…una de las lacras de la sociedad moderna es la soledad, sobre todo para las personas mayores.>>, añade un tertuliano en un conocido programa matinal.

martes, 11 de septiembre de 2007

Inconformismo

Piedras de Cala Pilar (Menorca 2007).


Quien no sabe lo que tiene, y lo valora en su justa medida, nunca podrá llegar a ser feliz. Es un hecho que nunca valoramos suficiente lo que tenemos en cada momento.

Yo mismo soñaba con un trabajo que me proporcionara gratificantes retos intelectuales, responsabilidad, un camino en el que progresar y aprovechar mi formación y mis capacidades, y un mejor sueldo. Y en esas estoy, tengo todas esas cosas en mayor o menor grado, pero echo en falta tiempo para mi mismo, para hacer cosas, para rescatar mi casi ni estrenada caja de óleos, para quitarle el polvo a mi guitarra, para jugar un partido de basket, para dedicarle un rato a los amigos, para escribir en este Blog…..y eso era lo único que sí tenía en mi anterior empleo, tiempo.

Y como ahora no lo tengo, cuando me ofusco, tiraría a la basura todos los bonitos objetivos alcanzados, con tal de contar con un par de tardes a la semana para mis cosas. Pues eso mismo podemos aplicarlo a todas las situaciones de la vida. Pero conseguirlo todo, el equilibrio perfecto, el trabajo perfecto, el amor perfecto, la vida perfecta, es algo imposible, o al alcance de muy pocos.

Pensamos que siempre se puede mejorar, creemos que hay una opción de vida que nos hará más felices, o simplemente nos aburrimos de la actual….y no aprovechamos ni vivimos plenamente cada experiencia presente pensando ya en el cambio.

Que contrariedad. Somos cantos rodados que se mueven al son de lo que ordenan las tempestades de nuestro inconformismo.

martes, 4 de septiembre de 2007

La llamada de Nadia

Nadia tiene dos opciones. Descolgar el teléfono y marcar el número apuntado con lápiz en una servilleta, o seguir torturándose durante toda la tarde, pendiente de una poco probable llamada que parece no llegar nunca.

Tras varios minutos se arma de valor y toma una decisión. Coge su inalámbrico y pulsa el botón para obtener línea, marca los tres primeros números y cuelga. Las dudas la corroen, el miedo al fracaso, al rechazo y a la vergüenza la atenazan.

Vuelve a repetir la operación y esta vez consigue pulsar cinco números antes de echarse para atrás. Decide hacerse un café y meditarlo bien. No ha dormido nada en toda la noche, y necesita despejarse. Además, así ganará tiempo por si él decide llamar. Aunque está segura de que es algo muy poco probable.

Mientras el café sube, inundando la cocina con su suave aroma, el teléfono suena. Nadia, alterada, corre rauda a la llamada, salta por encima de su gato Carpanta, se da un doloroso golpe en el dedo meñique del pie con la mesita del salón, hace un carraspeo para aclarar su voz y tomar aliento, y contesta con el mejor tono de falsa naturalidad que es capaz de improvisar.

Al otro lado, una voz humana con marcado carácter metálico y acento sureño le dice que llama de Orange y le pregunta si es la titular de la línea. Nadia defraudada y frustrada cuelga el teléfono. Casi se le saltan las lágrimas. Lo está pasando muy mal, y las falsas expectativas la han puesto al borde de un ataque de ansiedad.

Nadia se pone una taza de café y se enciende un cigarrillo. Se sienta en el sofá mientras se masajea el meñique dolorido. Acaricia a Carpanta, que inoportuno y egoísta como son todos los gatos, decide que justo ahora no quiere ningún tipo de cariño de su dueña, y se marcha corriendo a la cocina.

El teléfono suena de nuevo y Nadia retiene su emoción. No quiere sufrir una nueva decepción. Por eso, se enjuaga las lágrimas, espera un par de tonos más y con serenidad y aplomo contesta a la llamada.

¿Quién creéis que será en esta ocasión? o ¿como os gustaría que terminara esta historia? Se admiten sugerencias.

Un abrazo a todos/as.