Tod avanza por la calle como un barco que se abre paso por entre las placas de hielo de la Antártida. Su cuerpo va marcando una implacable línea recta, y sin pretenderlo, de manera natural, casi mágica, la gente, los coches, el mobiliario urbano, se recolocan a su paso, creando un inconsciente sendero libre, sin obstáculos a su alrededor.
Como un nuevo Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo, la urbe se abre a su caminar y nada le detiene, los semáforos se ponen en verde automáticamente, los andamios crecen para que no tenga que agacharse, los adoquines se aprietan rellenando los huecos que puedan hacerle tropezar, y la ciudad entera se adapta a su ritmo, de manera que Tod sólo tiene que pasear tranquilamente, en dirección a su destino.
Nada le perturba, ni siquiera el bullicio, y el caminar de Tod es acompañado por un silencio pacificador, que doblega el ruido a su voluntad, y lo obliga a esconderse cobarde hasta un buen rato después de que Tod haya pasado. Nada, ni motores de coches, ni voces, ni golpes de herramientas, sólo silencio.
El bueno de Tod no llega nunca tarde a sus citas, y su fuerte sentido de la responsabilidad nunca le permitió faltar a su trabajo. Ni la lluvia, ni la nieve, ni los atascos, ni la enfermedad le impiden cumplir con su empleo. Una profesión sin vacaciones, sin festivos, sin bajas laborales, y sin jubilación anticipada. Pero en definitiva es un empleo, ni mejor ni peor que los demás.
Se para delante de un viejo edificio de viviendas, y mirando su reloj de muñeca suizo, Tod comprueba que aun le faltan unos minutos, así que se detiene, y aprovecha para consultar su vieja y manida agenda con tapas de cuero, donde tiene anotada con total minuciosidad su ruta diaria. El número 56, 2º B. Entra en el portal, y la portera que está fregando, apenas si repara en un extraño que pasa por su lado, aunque se pregunta cómo se habrá secado tan rápido una línea entera de baldosas en dirección a la escalera.
La puerta del 2º B está abierta, y Tod entra sin llamar. Uno de los privilegios de su cargo. Avanza por el pasillo, hasta el salón. Allí está Matías, un anciano que vestido con un batín de lana roja, acaricia un gato blanco que se acurruca en su regazo.
Situándose entre el anciano y la televisión encendida, Tod abre su maletín, saca unos documentos, y se los tiende, junto con una pluma estilográfica con empuñadura de marfil. Matías recoge los papeles, sella su firma en los documentos y se los devuelve al extraño visitante, que los guarda de nuevo en su portafolio, y posando una mano sobre la cabeza del anciano, susurra unas palabras a su oído. Palabras escuchadas por muchos otros antes que él.
Los periódicos del día y los programas sensacionalistas se hacen eco del nuevo caso de muerte en soledad de un anciano en su piso de Madrid. La portera del inmueble, dio el aviso al servicio de emergencias, al notar fuertes olores en el patio, que provenían del interior del habitáculo. M.R.S de 86 años de edad, era viudo y no tenía hijos. <<…una de las lacras de la sociedad moderna es la soledad, sobre todo para las personas mayores.>>, añade un tertuliano en un conocido programa matinal.
Como un nuevo Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo, la urbe se abre a su caminar y nada le detiene, los semáforos se ponen en verde automáticamente, los andamios crecen para que no tenga que agacharse, los adoquines se aprietan rellenando los huecos que puedan hacerle tropezar, y la ciudad entera se adapta a su ritmo, de manera que Tod sólo tiene que pasear tranquilamente, en dirección a su destino.
Nada le perturba, ni siquiera el bullicio, y el caminar de Tod es acompañado por un silencio pacificador, que doblega el ruido a su voluntad, y lo obliga a esconderse cobarde hasta un buen rato después de que Tod haya pasado. Nada, ni motores de coches, ni voces, ni golpes de herramientas, sólo silencio.
El bueno de Tod no llega nunca tarde a sus citas, y su fuerte sentido de la responsabilidad nunca le permitió faltar a su trabajo. Ni la lluvia, ni la nieve, ni los atascos, ni la enfermedad le impiden cumplir con su empleo. Una profesión sin vacaciones, sin festivos, sin bajas laborales, y sin jubilación anticipada. Pero en definitiva es un empleo, ni mejor ni peor que los demás.
Se para delante de un viejo edificio de viviendas, y mirando su reloj de muñeca suizo, Tod comprueba que aun le faltan unos minutos, así que se detiene, y aprovecha para consultar su vieja y manida agenda con tapas de cuero, donde tiene anotada con total minuciosidad su ruta diaria. El número 56, 2º B. Entra en el portal, y la portera que está fregando, apenas si repara en un extraño que pasa por su lado, aunque se pregunta cómo se habrá secado tan rápido una línea entera de baldosas en dirección a la escalera.
La puerta del 2º B está abierta, y Tod entra sin llamar. Uno de los privilegios de su cargo. Avanza por el pasillo, hasta el salón. Allí está Matías, un anciano que vestido con un batín de lana roja, acaricia un gato blanco que se acurruca en su regazo.
Situándose entre el anciano y la televisión encendida, Tod abre su maletín, saca unos documentos, y se los tiende, junto con una pluma estilográfica con empuñadura de marfil. Matías recoge los papeles, sella su firma en los documentos y se los devuelve al extraño visitante, que los guarda de nuevo en su portafolio, y posando una mano sobre la cabeza del anciano, susurra unas palabras a su oído. Palabras escuchadas por muchos otros antes que él.
Los periódicos del día y los programas sensacionalistas se hacen eco del nuevo caso de muerte en soledad de un anciano en su piso de Madrid. La portera del inmueble, dio el aviso al servicio de emergencias, al notar fuertes olores en el patio, que provenían del interior del habitáculo. M.R.S de 86 años de edad, era viudo y no tenía hijos. <<…una de las lacras de la sociedad moderna es la soledad, sobre todo para las personas mayores.>>, añade un tertuliano en un conocido programa matinal.
4 comentarios:
Me encanta como cuentas las cosas, los detalles que das, creo que un libro tuyo sí que me leería jajajaja
(Te aseguro que eso es un graaan piropo por mi parte :P)
¡Muacks!
"En el mito de los seres redondos, Platón explica cómo Zeus decidió un día cortar por la mitad a los seres humanos. Éstos sintieron entonces un vacío insoportable y empezaron a buscar desesperadamnete su mitad perdida".
El aislamiento y la soledad son la peste de nuestro siglo, con el agravante de que nadie parece saber la fórmula para detener una de las mayores causas de sufrimiento de la sociedad occidental.
Por mucho que las cifras conviertan la soledad en un fenómeno social, no deja de ser un problema íntimo y personal para el que no caben soluciones globales. Tal vez haya que aceptar que la soledad no va a abandonarnos nunca del todo, pero es bueno saber que podemos modificarla y, lo que es igualmente importante, aprender a convivir con ella.
Un cariñoso saludo.
Siempre dije que tu destino era la creatividad.... parece que me vas haciendo caso!! sigue escribiendo así Zuma
mMchos besos
"Soledad" Jorge Drexler
Soledad,
aquí están mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta
desde hace un tiempo,
creo que pasaremos juntos temporales,
propongo que tú y yo nos vayamos conociendo.
Aquí estoy,
te traigo mis cicatrices,
palabras sobre papel pentagramado,
no te fijes mucho en lo que dicen,
me encontrarás
en cada cosa que he callado.
Ya pasó
ya he dejado que se empañe
la ilusión de que vivir es indoloro.
Que raro que seas tú
quien me acompañe, soledad,
a mí, que nunca supe bien
cómo estar solo.
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