martes, 29 de septiembre de 2009

Basureros

Estaría genial poder subirse a un camión de basura e ir recogiendo todos los desperdicios morales que uno mismo va generando a lo largo de su vida. Recorreríamos las calles de nuestro interior acumulando todo lo que apesta, los errores cometidos de los que no aprendemos nada, lo que no nos sirve para ir hacia adelante, todo aquello que no podemos reciclar para ser mejores, todas nuestras maldades que siempre regresan aunque no queramos que así sea.

Así, con el volquete lleno (puesto que en acumular basura moral nadie se libra) lo llevaríamos a una incineradora de nuestra maldad, ineptitud o insociabilidad, y lo arrojaríamos todo allí, para que se quemara con el resto de egoísmos, envidias, soberbias, violencia, malos modos, incomprensiones, crueldad y fanatismo del resto de personas que comparten la existencia con nosotros.

Sería fácil, así sin más, quitarse de encima todo ese peso, por lo menos para todos aquellos a los que nos pesa, puesto que también hay mucho Síndrome de Diógenes con este tipo de basura, y por lo tanto gente que está encantada de la vida acumulando mierda debajo de la cama y de las alfombras de su conciencia.

Pero pensándolo bien, creo que es mejor que no exista dicho camión, tampoco dicha incineradora soñada que quema la basura de los errores conscientes, puesto que aunque algunas veces nos vamos metiendo nosotros mismos en una vorágine compulsiva generadora de desperdicios, de la que nos es muy difícil salir, siempre existe la culpa para acercarnos a tierra. No la horrible culpa católica que establece control sobre lo moral y sobre los actos de sus creyentes, sino la culpa como ancla que nos acecha en eso que algunos denominan conciencia o empatía, y que nos aferra a la realidad que nosotros desmejoramos con nuestros malos comportamientos, esos que después, ya en frio, siempre queremos hacer desaparecer, pero que el amarre de la culpa nos recuerda.

Así que cada uno asuma y conviva con su propia basura.

domingo, 27 de septiembre de 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

Quince años, tres manzanas y una vida. (Extracto)

Una vez más, como tantas otras noches desde hace más de doce años, Ramón María se despierta tiritando y empapado en sudor, ahogando un agónico grito entre sus dientes. Es completamente consciente de que se trata una vez más de la misma pesadilla, una recurrente historia de horror que le obliga a despertarse todos los días en mitad de la noche, desgarrando su descanso desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerda lo que es conciliar el sueño de un tirón hasta el amanecer.

En la oscuridad de una habitación que no es la suya, una vez superado el estupor del momento, y recordando que se encuentra en una habitación de hotel, alarga el brazo por puro instinto hacia la derecha, intentando encontrar un interruptor, un cordón de enchufe, o algo que le ayude a orientarse y a disipar la fría y poco familiar negrura que le rodea.

Los espasmos y temblores que aun afectan a su coordinación hacen que derribe un objeto, que por el sonido que hace al chocar y hacerse añicos contra el suelo, parece ser un vaso de cristal.

- ¡Mierda!- exclama para sí mismo, recordando el rayado vaso del baño que una vez desprovisto de su plástico sanitario le sirvió para transportar medio litro de Johnny Walker de la botella a su garganta, y que en medio de la borrachera debió de posar en la mesita de noche.

Tanteando con más cuidado a su alrededor, consigue rozar lo que parece ser una cadenita que cuelga de la lámpara, y tirando suavemente de ella, una difusa luz anaranjada se enciende frente a su cara.

Está completamente desnudo, con un amasijo de sábanas y colcha revueltas adheridas a su piel por el efecto del sudor. De hecho, la mitad de su cuerpo reposa directamente sobre el colchón, sin sábana bajera que lo cubra, efecto que le hace pegar un respingo de repulsión y retirarse al instante, puesto que es una sensación que siempre le ha resultado sumamente desagradable, sobre todo en camas ajenas.

Le duele la cabeza, y aunque a duras penas consigue reprimir la tiritona que le ha causado la terrible pesadilla, al menos ya no tiene ataques de angustia, puesto que su cuerpo parece haberse acostumbrado a ellas. No obstante siempre suele despertarse un poco sonado, como un boxeador tras haber recibido un fuerte directo a la sien, y ahora la resaca no le ayuda a mejorar esta situación, por lo que se incorpora muy despacio, sentándose en el borde de la cama, en mitad de una extraña y cutre habitación de pensión barata.

Se pregunta donde habrá dejado sus pastillas. Despacio, tambaleante, sorteando la parte que debe de estar llena de cristales rotos, se acerca a la puerta del baño, que cruje al abrirse. El suelo está frio bajo sus pies descalzos. Se aproxima al váter y levantando la tapa, una cívica costumbre que aprendió durante los años de facultad en los que convivió con chicas en un piso compartido, sujeta su pene con una mano, y se concentra en descargar una larga, cálida y reconfortante meada en el inodoro, preguntándose donde estarán sus pastillas para el dolor de cabeza. Tras tirar de la cadena, se acerca al armario de lámina corredera, donde debió arrojar ayer su bolsa nada más inscribirse en recepción y subir a su habitación. Abriendo la cremallera e introduciendo dentro medio brazo, Ramón María tantea el interior de su bolsa, y buscando su pastillero, aparta instintivamente la ropa arrugada y otros objetos de forma apresurada. De repente, sus dedos tocan un pesado y frio objeto metálico.

Su mero contacto le produce un sentimiento reconfortante, que le invita a recorrer con sus manos toda la superficie dejándose llevar por la grata sensación del acero.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El regreso

Tras unos largos meses de descanso blogueril, y encuadrado en ese conjunto de autocompromisos que todos nos hacemos con la llegada de Septiembre, voy a retomar este asunto una vez más, y me he prometido a mi mismo que escribiré y colgaré cositas con cierta asiduidad.

Nada ni nadie me obliga, puesto que tras un largo periodo de sequía y barbecho, pocas entradas y lecturas voy a tener. No obstante, yo que soy un tipo de naturaleza desordenada y hábitos muy alejados de cualquier disciplina prusiana, me tengo que marcar ciertos objetivos, que sin afianzarse como normas, me obliguen a hacer esas pequeñas cosas que me gustan y al mismo tiempo me dan pereza.

Comenzaré narrando a grosso modo, que tras el anhelado y cumplido viaje a la Habana y a Cuba antes de que se muriera Fidel, no siendo amigo yo de los blancos y los negros, sino más cercano siempre a los grises, regresé con un hondo sentimiento agridulce, descubriendo todo lo bueno de la revolución, de esa maravillosa patria, de la gente cubana, pero también entendiendo todo lo malo, todo aquello que muchas veces se oculta bajo el telón de la utopía y de la nostalgia idealista que nos empaña los ojos, e interiorizando la desesperanza de un futuro incierto, aunque bastante oscuro.

Después de Cuba, no hay mucho que contar hasta la llegada del verano. Apenas dieciséis días en agosto, que dieron de sí para un par de jornadas en Barcelona, donde lo mejor fue visitar la exposición de Robert Capa y Gerda Taro en el MNAC. Nueve días en Menorca, disfrutando de sus hermosas playas, y de sus fiestas de cabals o jaleos, de los que al igual que hace dos años, en cuanto las seleccione, colgaré unas cuantas fotos, pues son bastante espectaculares. Por último tres días en Girona y alrededores. Maravillosa provincia, en la que destacaré la visita a Figueres, y al Museo Teatro Dalí, coincidiendo con el festival de música en la calle "Acústica", Besalú, Camproudon, Girona capital, Cadaqués...y aprovecho para dar las gracias a Almudena, Enriq, y Amiru, por acogernos en su precioso molino cerca de Olot, y a Paco por abrirnos siempre su morada menorquina.

Y ya estamos en septiembre, y me ha dado por cuidarme, y por hacer cosas raras como salir a correr o tirar al arco (será la depresión de los 32), y por retomar este Blog. Y como soy un tipo de palabra, supongo que al menos por un tiempo, me dejaré caer bastante por aquí.