L'Oceanogràfic de Valencia (Agosto 2007)
Os propongo un nuevo cuento colectivo. Esta vez no se trata de que añadáis vuestro probable final, sino que el/la que quiera, añada un párrafo o dos, y el/la siguiente, siga la línea argumental propuesta en el comentario anterior.
Construyamos entre todos/as la historia del Señor Peralta.
El señor Peralta blandía su sarcasmo e ironía como un sable pirata. Nadie escapaba a sus estocadas, nadie era inmune a su filo. Daba igual donde entrara, en el banco, o en la pescadería, o en la oficina de correos…por muy corta e insignificante que fuera la conversación o la transacción mercantil, siempre había problemas, y el señor Peralta nunca hacía prisioneros, ni excepciones.
El “viejo cabrón”, apelativo elegido en referéndum espontáneo por tres cuartas partes de su vecindario, era un cocktail de envidia, rencor, clasismo, homofobia, racismo, machismo, fascismo, y mala leche crónica, que más allá de convertirlo en un monstruo, encarnaban en él, al mismísimo diablo sufriendo de almorranas.
Así, escondido tras una fachada de venerable ancianito desvalido, y armado de bastón, un ejemplar matutino del Diario de Cuenca y una raída bolsa de cuadros escoceses para meter la compra, sembraba el terror a lo largo de las cuatro manzanas que conformaban "su territorio de caza”.
Vivía completamente solo, sin familia, ni amigos, ni perro, ni gato, ni un simple jilguero, y nadie había conseguido jamás traspasar la puerta de su apartamento, una fortaleza plagada de cerrojos, candados y mirillas, y tampoco ningún vecino recordaba desde cuando habitaba allí el “viejo cabrón”, haciendo sus vidas mucho más complicadas, porque simplemente, siempre había estado allí.
Todos los habitantes del barrio, vecinos, comerciantes, e incluso los trabajadores municipales, obreros, policías, sanitarios, y hasta algún transeúnte ocasional, adaptaban sus vidas para evitarse problemas con señor el Peralta, ardua labor, porque aunque era un hombre de costumbres extremadamente metódicas, de vez en cuando cambiaba sus rutinas diarias, para que “ninguno de esos cabrones, vagos, putas y conspiradores, se confiara”.
Así, el frutero, seleccionaba cada mañana las dos manzanas más perfectas, brillantes y apetitosas de la remesa diaria. El carnicero, empezaba una pieza del mejor solomillo por el medio, y apartaba el filete más tierno. El cartero había hecho un curso de restauración, para aplicar estos conocimientos en cualquier carta destinada al señor Peralta, que se hubiera doblado o arrugado durante el trayecto, aunque fuera sólo en una esquinita.
Todos adaptaban su labor y quehacer diario, para no disgustar al “viejo cabrón”, y aun así, sabían que probablemente les tocaría recibir alguna reprimenda por cualquier error, fallo, o falta insignificante.
Aquella mañana, el señor Peralta salió de su casa quince minutos antes, con la intención de pillar a alguien desprevenido. Tenía ganas de guerra…
7 comentarios:
Al doblar la primera esquina, se tropezó con las dos lesbianas que formaban parte del vecindario desde hacía ya demasiado tiempo y que, con gesto imprudente e inoportuno, rozaban sus manos en público rememorando un disparate de juventud. Aunque tenían edad suficiente para no importarles las críticas del barrio, seguían disimulando su amor para evitar el dolor que producen las murmuraciones clavadas sin previa comunicación en/a tus espaldas. Al ver al Sr. Peralta y de forma instintiva, separaron sus manos y sus cuerpos saltaron en direcciones contrarias repelidos comos los polos coincidentes de dos imanes.
El “viejo cabrón” las miró de abajo a arriba mientras escuchaba como le deseaban los buenos días con tono respetuoso y mirada aterrorizada por lo que, presentían, ocurriría a continuación. No saldrían de su asombro hasta días después cuando, recordando lo sucedido esa mañana, las dos lesbianas del barrio lo comentaban entre ellas en el funeral que la parroquia ofrecía por el alma del triste, desdichado, sombrío y difunto Sr. Peralta...
Entre los asistentes al funeral del Sr.Peralta, en el último banco,casi escondido, se sentaba un hombre viejo, muy viejo.Vestía traje oscuro y daba vueltas a su también viejo sombrero -un acto reflejo que le ayudaba a saltar esa delgada línea que separa el presente del pasado lejano-.
Recordaba,que el Sr.Peralta -alias "viejo cabrón" -fue un niño de la guerra, un huérfano de la postguerra.El padre del Sr.Peralta, republicano,se exilió a Francia con tan mala fortuna que acabó sus días muriendo en un campo de concentración francés. El Sr.Peralta tenía cinco años cuando murió su padre y siete cuando acabó la contienda.
Su niñez fue espantosa; mientras su madre - viuda sin derecho a pensión de viudedad -trabajaba por 3 míseras pesetas dieciseis horas al día, cada día y todos los días, el "viejo cabrón" - que entonces no era viejo ni era cabrón - pasaba gran parte de las mañanas frente a unas Damas de La Cruz Roja, también conocidas coloquialmente como "Señoritas de la Caridad" con su mano extendida para recoger el ticket que le daba derecho y, tras esperar colas interminables, a un plato de sopa caliente y una pera o un boniato -más boniatos que peras, la verdad-.
Eran popularmente conocidos como Comedores de Beneficiencia, instalados para tal fín en una calle estrecha y larguísima, o eso le parecía al "viejo cabrón" -que entonces no era viejo ni era cabrón-.
Desde aquella época le tenía un odio mortal a los boniatos a la par que crecía en él, a cada bocado que daba, un espíritu de rebeldía- que rallaba el paroxismo del rencor- hacia el sistema establecido y un carpe diem brutal desde sus siete años hasta la hora de su muerte.
Requiem in pace.
- Tú, viejo, dame la pasta.
El Sr. Peralta no sabía lo que tras aquella esquina le esperaba.
Durante unos segundos, mientras terminaban de rebotar es su cabeza aquella especie de gruñidos que le ocasionaba el mero hecho de cruzarse con un congénere, no fué capaz de prestar atención a las palabras que aquel bulto, peludo y arapiento, le proferia
- Es que no me oyes viejo.
Fué en ese preciso momento, al sentir el frio del acero en el garnate, cuando Peralta rememoró el olor del miedo que tantas veces de niño percibió a su alrededor. Pero en esta ocasión era su propio cuerpo del que brotaba.
Apenas sin aliento, provocado a partes iguales por el miedo y la presión que el delicuente ejercia sobre su cuello atenazado por la tensión del novato, fue capaz, Peralta, de reponerse lo suficiente para esbozar lo que pretendía ser una machada, ojalá su última machada- pensó-:
- Mira chaval, no tengo un chavo. Pero es que aunque lo tuviera no te lo daría.Hazme un favor si tienes güevos!.
El novato, viendo que aquel negocio se le escapaba de las manos y en un alarde, de lo que el entendió como profesionalidad delictiva, arrastró al viejo al otro lado de la esquina,el que quedaba ajeno a los transeuntes. Ambos cayeron al suelo en un ovillo de brazos, piernas, arapos, bastones e insultos...
… Nadie pareció darse cuenta, a pesar de la nula habilidad del novato. Y, como si de un sueño se tratara, de repente, apareció una cara. Tras la cara apareció la cabeza que la sostenía: primero el pelo, luego las orejas, luego el pellejo que se suponía era el cuello... Poco a poco se configuró un ser de aspecto indescriptiblemente horrendo y que, a pesar de todo, sugería una fortaleza y una confiabilidad como pocas veces ha transmitido cualquier ser humano.
El sr. Peralta aprovechó su condición de “viejo cabrón” y, como no podía ser de otra manera, se zafó de un manotazo -que denotaba toda la habilidad de la que un superviviente podía hacer gala- del maldito novato que, paralizado por la visión, no dejaba de temblar.
En un “visto y no visto” el novato quedó reducido a un amasijo corporal que el ser horrendo se apresuró a guardar en los grandes bolsillos de su guardapolvos gris y, serpenteando, se aproximó al viejo cabrón.
Acercó sus labios (sólo sus labios, el resto del cuerpo permaneció inmóvil) a las fallas de las orejas del sr. Peralta y le susurró: de esta te has librado. Tienes otra oportunidad. Pero llegará un día en que dos mujeres que ocultan su verdadero ser ante tus ojos, provocarán el inicio de tu fin.
Aunque esta palabra nunca saldría de su garganta, el viejo cabrón se quedó flipado. Consiguió empujar sus gastados huesos hasta el bar más cercano…
Matías, el camarero de siempre, al ver entrar al Señor Peralta con semejante cara de desconcierto, se temió una trifulca segura, por lo que se dispuso a preparar el habitual café cortado muy caliente, y el mejor zumo de naranja recién exprimido y sin pulpa, para evitarse cualquier altercado con el molesto cliente.
Pero se quedó estupefacto al escuchar al "viejo cabrón" pedir con voz urgente un Sol y Sombra doble...pero si nunca bebía.
Y más raro aún le pareció oír el suplicante por favor que surgió de esos jadeantes y ajados labios, ya que nunca pedía las cosas por favor, y jamás daba las gracias.
Matías no pudo frenar su impulso natural de camarero-psicólogo, y sirviendo la bebida de anís y coñac frente al viejo, le preguntó: - Señor Peralta, ¿Se encuentra usted bien?...
- Acabo de tener un encontronazo con La Parca que, conscientemente, me ha prorrogado la vida sin concretarme el tiempo extra que me concede.
El Sr. Peralta seguía recordando aquellas palabras y el doble Sol y Sombra no fue suficiente para atemperar sus nervios. Matías no salía de su asombro mientras le servía el segundo, aunque su boca no pudo articular más palabra que un triste “serénese”. Le había llevado casi quince años ganarse el respeto profesional de aquel hombre criado por los ásperos senos de la miseria y educado por una madre nacional-católica en el despecho por las ideas paternas, que tantas desgracias habían ocasionado a su escasa familia. Y no pudo evitar sentir una tremenda compasión por él en aquel instante.
La policía y el Suma continuaban en el lugar de la tragedia, después de realizar el correspondiente acta de atestados. Pese a la larga experiencia de unos y otros, nadie podía encontrar más explicación a lo sucedido que achacarlo a los caprichos del azar: el viejo cabrón, que también (tan bien) ellos conocían, acorralado en un callejón por un chorizo novato al que ellos no habían tenido aún ocasión de conocer y que había resultado aplastado por un adolescente suicida que, sin miramientos, se había lanzado al vacío desde un séptimo piso...
Ahora esperaban la llegada del juez que debía ordenar el levantamiento de los dos cuerpos. Pero unos y otros sabían que, cuando llegaron y contemplaron la escena, eran tres los cadáveres. Aunque uno de ellos consiguiera empujar sus gastados huesos hasta el bar más cercano.
Al salir del bar de Matías dobló la esquina que le había conducido hacía un rato al bar de Matías. El sol y la sombra de los solysombras mantenían una lucha por hacerse con el poder en la mente del viejo cabrón.
Hubo un momento en el que las sombras se hicieron fuertes. Y vio, como si de una peli filmada en super8 se tratara, toda una algarabía de luces azules, gente con chalecos azules y blancos que fumaban en corrillos, como jovenzuelos en la puerta del instituto (cuánto suspiró él soñando hacer el Bachillerato!!). Vio también tres bultos en el suelo, cubiertos con una extraña tela -como de astronautas, pensó- que reflectaba el brillo del sol…
…Y se hicieron fuertes los soles en su cabeza. Siguió paseando sin saber hacia dónde estaba yendo. Y no le importaba. A su alrededor se llenó todo de una luz blanquecina, que iluminaba sin deslumbrar (no como esas malditas farolas de luz de gas que años -tantos años- atrás ocultaban los húmedos achuchones en las vacías calles de Madrid) un panorama idílico: NADA. Por fin veía algo que le alegraba. NADIE que le molestase con sus miradas de soslayo. NADIE que le hablase lleno de pavor, respeto fingido y cierto toque de desesperación en la mirada. NADA que le distrajera de sus amados pensamientos y sus amargos recuerdos. Y disfrutó del momento (2-3 segundos, a lo más…), como cuando cumplió 7 años.
Pero volvieron a juntarse en campo de batalla los soles y las sombras y, al doblar la primera esquina, se tropezó con las dos lesbianas que separaron sus manos y sus cuerpos saltaron en direcciones contrarias repelidos comos los polos coincidentes de dos imanes.
Y una se hizo sol. Y la otra, se hizo sombra…
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