Una mañana como otra cualquiera, Melones se encontraba inmersa en su sesión de ludopatía diaria, perdida en ese maravilloso sentimiento de ansiedad anhelante de suerte que tanto la reconfortaba. Flotando en el sonido de las tragaperras y de las monedas al caer, se dio cuenta de que había roto su promesa de no entrar a jugar antes de hacer la compra, para gastar únicamente las vueltas del mercado. Quizás no fuera una dama, pero si que podía ser una madre responsable.
Abrumada por la culpa, se dirigió directamente al supermercado, compró las cosas que necesitaba para preparar el almuerzo de su familia, y se marchó a casa, horas antes de lo habitual. Así pasaría un rato en compañía de su madre, pondría un par de lavadoras, y atendería un montón de plancha que la esperaba desde hacía un mes.
Al llegar a su caravana entró directamente, sin previo aviso, puesto que nunca cerraba con llave, ¿Quién querría allanar su humilde hogar con malas intenciones?, pero una vez dentro, deseó con todas su fuerzas haber echado el cerrojo, por que allí, junto a la anciana, recostado en su sofá y mirándola con cara de pasmo, estaba el holgazán y huraño Sandías, su vecino de parcela, con el que jamás había cruzado ni media palabra, porque tenía fama de chiflado. Desde luego su ropa, su peinado, y su aspecto en general no reflejaban un exceso de cordura.
La primera en abrir la boca fue Melones, que no pudo exclamar más que un simple y espontáneo:- ¿Qué haces en mi casa maldito bastardo?- , mientras Sandías intentaba balbucear una respuesta coherente, que se quedó en un simple:- na…, na…, nada.-.
Melones, esgrimiendo un manojo grande de puerros (el objeto “contundente” más cercano que su mano pudo encontrar), siguió con su interrogatorio: -¿has entrado a robar?, ¿no serás un degenerado de esos que le gustan las ancianitas?, como hayas tocado un pelo a mi madre te abro la cabeza-, y aquí añadió tres o cuatro adjetivos calificativos que eludo, porque estamos en horario infantil.
Sandías estaba pálido, libido. Grandes goterones de sudor frío corrían por su rostro, y un nudo en la garganta le impedía contestar a la batería de acusaciones de su amada vecina, pero en un esfuerzo de concentración y lucidez, consiguió responder con voz estridente:- No soy un ladrón, no soy un degenerado, soy simplemente un vecino enamorado- y su tez se empezó a poner roja como un tomate.
La cara de su vecina, detrás de un matojo de hojas verdes de su improvisada arma, era también un auténtico poema:- ¿te has enamorado de mi madre?, ¿Pero si hace años que ni habla, ni apenas se mueve?-, a lo que su vecino, sin atreverse a moverse del sofá, y sin dejar de mirar los amenazantes puerros, contestó raudo:- No, no, no, no de su madre, que por otro lado se ve que es una gran mujer, siempre ahí, sonriente…., estoy enamorado de usted, señorita Melones, de su vida, de su imagen, y de su magnífico sofá.
Bueno, bueno…estamos en un momento crucial para la historia, y la respuesta de Melones a esta declaración, supondrá el clímax de este cuento de amor o desamor, de pasiones irrefrenables o de rupturas dolorosas e incurables. Y no tengo ni idea de como terminarla.
Echarme una mano primos/as, y el final de la historia que más me guste, será premiada con una bolsa grande de maravillosos melones de chicle, rellenos de sano pica-pica, de esos que recomiendan 1 de cada 10 dentistas. Es que si tengo que regalar melones o sandías de verdad, no me da el presupuesto en gastos de envío.
Un abrazo y espero vuestros desenlaces.
Abrumada por la culpa, se dirigió directamente al supermercado, compró las cosas que necesitaba para preparar el almuerzo de su familia, y se marchó a casa, horas antes de lo habitual. Así pasaría un rato en compañía de su madre, pondría un par de lavadoras, y atendería un montón de plancha que la esperaba desde hacía un mes.
Al llegar a su caravana entró directamente, sin previo aviso, puesto que nunca cerraba con llave, ¿Quién querría allanar su humilde hogar con malas intenciones?, pero una vez dentro, deseó con todas su fuerzas haber echado el cerrojo, por que allí, junto a la anciana, recostado en su sofá y mirándola con cara de pasmo, estaba el holgazán y huraño Sandías, su vecino de parcela, con el que jamás había cruzado ni media palabra, porque tenía fama de chiflado. Desde luego su ropa, su peinado, y su aspecto en general no reflejaban un exceso de cordura.
La primera en abrir la boca fue Melones, que no pudo exclamar más que un simple y espontáneo:- ¿Qué haces en mi casa maldito bastardo?- , mientras Sandías intentaba balbucear una respuesta coherente, que se quedó en un simple:- na…, na…, nada.-.
Melones, esgrimiendo un manojo grande de puerros (el objeto “contundente” más cercano que su mano pudo encontrar), siguió con su interrogatorio: -¿has entrado a robar?, ¿no serás un degenerado de esos que le gustan las ancianitas?, como hayas tocado un pelo a mi madre te abro la cabeza-, y aquí añadió tres o cuatro adjetivos calificativos que eludo, porque estamos en horario infantil.
Sandías estaba pálido, libido. Grandes goterones de sudor frío corrían por su rostro, y un nudo en la garganta le impedía contestar a la batería de acusaciones de su amada vecina, pero en un esfuerzo de concentración y lucidez, consiguió responder con voz estridente:- No soy un ladrón, no soy un degenerado, soy simplemente un vecino enamorado- y su tez se empezó a poner roja como un tomate.
La cara de su vecina, detrás de un matojo de hojas verdes de su improvisada arma, era también un auténtico poema:- ¿te has enamorado de mi madre?, ¿Pero si hace años que ni habla, ni apenas se mueve?-, a lo que su vecino, sin atreverse a moverse del sofá, y sin dejar de mirar los amenazantes puerros, contestó raudo:- No, no, no, no de su madre, que por otro lado se ve que es una gran mujer, siempre ahí, sonriente…., estoy enamorado de usted, señorita Melones, de su vida, de su imagen, y de su magnífico sofá.
Bueno, bueno…estamos en un momento crucial para la historia, y la respuesta de Melones a esta declaración, supondrá el clímax de este cuento de amor o desamor, de pasiones irrefrenables o de rupturas dolorosas e incurables. Y no tengo ni idea de como terminarla.
Echarme una mano primos/as, y el final de la historia que más me guste, será premiada con una bolsa grande de maravillosos melones de chicle, rellenos de sano pica-pica, de esos que recomiendan 1 de cada 10 dentistas. Es que si tengo que regalar melones o sandías de verdad, no me da el presupuesto en gastos de envío.
Un abrazo y espero vuestros desenlaces.
7 comentarios:
De fondo, sin saber cómo ni porqué, los Fitipaldis empezaron a tocar para que Fito cantara "Donde todo empieza". Melones había ido demasiadas veces detrás de su alma, aquello que no sabía dónde localizar y que las últimas palabras de Sandías habían despertado tras un largo letargo.
Demasiadas veces había dejado su corazón dolorido cerca de finales que jamás fueron felices. Y sin embargo ahora era su cabeza, su nariz y, sobre todo, una voz quien le decía: déjate llevar.
Hacía mucho tiempo que le sobraban las noches y empezó a pensar que no tenía porqué perder algo sólo por creer que lo tenía.
Cuando Fito entonó el último "todo empieza cerca del final", Melones miró a Sandías y ambos, atónitos, presenciaron como la madre de Melones apagaba el reproductor de cedés, sonreía y se dejaba caer sobre el mullido sofá de tres plazas, tal y como hacía Sandías tantas mañanas.
Esa noche entraron juntos en todos los bares que vieron abiertos para curar sus heridas. Y desde entonces Sandía y Melones comparten madre, niños, tragaperras, sofá y, algunas veces, macarrones.
Melones recordó que justo ese día mientras apuraba los 5 euros que le habían sobrado de hacer la compra en las máquinas tragaperras, en una tele cercana, el impasible Hilario Pino contaba que un estudio de la universidad de Texas había revelado que la sandía contiene componentes similares a los de la Viagra.
Y fueron felices y comieron perdices.
(después del final de bob dylan y habiendo dormido 3 horas no tengo nada mejor que añadir xD)
Sobrecogida por la impresión, Melones miró a su madre (que siempre la llamó Cuca, no aprobaba en absoluto el nombre con el que su padre la registró). Buscaba un indicio, una señal de lo que allí estaba pasando. Quieta, sin confirmar o desmentir lo que aquel raro vecino afirmaba, la madre cerró los ojos y pareció sumirse en un profundo sueño, del que tardaría en despertar varios meses.
¿Que estaba enamorada de ella? ¿Que le gustaba su sofá? Menudas tonterías. Algo ocultaba aquel hombre, ¿qué es lo que había dicho del sofá? Melones entonces lo tuvo claro. Y decidió qué hacer.
Dices… que yo te gusto? No, no es eso lo que has dicho… has dicho… que estabas enamorado de mí, no es cierto? Sandías, su rostro a punto ya de ebullición, jamás había merecido tanto su nombre, asintió con su enamorada cabeza.
Entonces… no buscas hacernos nada malo? –negativa de Sandías con la cabeza- ni a mamá… ni a mis dulces pequeños… ni a mí? –doble negativa de sandías con la cabeza, reforzada con el rotundo dedo índice de la mano derecha- ya!! Entonces, mi buen Sandías, estaré encantada de charlar sobre el tema, compartiendo una fresca cervecita y unos sabrosos cacahuetes.
Aquel hombre suponía la salvación para Melones. Tras su arrepentimiento en la tragaperras del bar, mientras compraba lo justo para una sopa, había tomado una decisión. La más importante hasta el momento. La vida tenía que sonreírla algún día. Y ese día sería feliz, compartiendo su vida con quien más la quería, aunque su madre, lamentablemente, no pudiera verlo jamás porque ella…. En fin, que iba a disfrutar con sus hijos, costase lo que costase.
Y había ido a un oscuro lugar, un sitio de esos que la gente decente –la que no vive en caravanas- ni se atreve a pisar. Y había llegado a un acuerdo con un hombre deplorable, chorreante de sudor y cargado de malas vibraciones. Pero ahora, ahí estaba su vecino… todo tenía sentido. Todo estaba arreglado.
Sólo tenía que conseguir que este hombre… su vecino… que decía que la amaba… sólo tenía que… le gustaba su sofá… Definitivamente, era su salvación. Era su hombre.
Puso alegre un mantel en la parte trasera de su caravana, abrió una bolsa rancia de cacahuetes, y silbando preparó un explosivo combinado de caprabo pielsen y des-gaseosa, con un ligero toque de benzodiapezinas, que nunca estaban de más.
La madre de Melones no se lo podía creer… Cuca… ¿qué pasa? ¿Dónde estamos? Tuve un extraño sueño… un hombre recostado en un sofá… en mi sofá… nos hacía ricas… ¿De dónde has sacado todos estos muebles? Y… ¿cuánto tiempo llevo dormida? Esta bata… es muy cara… Nos ha tocado la lotería!! Es eso, ¿verdad, hija? Ha sido una premonición… ese buen hombre…
Y entonces Melones confirmó lo que ya sabía. Era un hombre lo que necesitaba. Y es que dicen que del cerdo se aprovecha todo... dicen que hasta los andares. Y es que el negocio de los recambios humanos no ha entrado en crisis. Aún.
Ains..y yo que esperaba ansiosa tu pluma...Quizás pudieras derivar el escrito por la gran noticia dada en estos días por todos los medios y que ha revolucionado todas las residencias de la tercera edad. "La sandía tiene el mismo efecto que la viagra"....A saber si melones deja la ludopatía y cambia una adcción por otra...
Un beso grande y deja el desenlace final antes de irte
Un abrazo
Melones se quedó perpleja y enmudeció pero, por su cabeza pasaron miles de sueños, como antiguas diapositivas, de lo que ella quería para si.
No quería dinero, una casa bonita, un coche nuevo ni unas vacaciones. Solo quería un hombre que le diera los buenos días cada mañana, un beso cuando llegara a casa, un te quiero cada noche antes de dormir y sobretodo un hombre que compartiera sus sueños.
Recordó que una vez dijo si y cambio su vida, no pasaba un solo día en que no se arrepintiera de aquella afirmación. Ella fue lista y supo cambiar su destino a tiempo, aunque su vida no fuera una maravilla ni la mejor del mundo, eligió y pensó en ella, solo en ella.
Por eso dijo no, que su sofá era solo suyo y nunca más lo compartiría con ningún hombre
Desde el momento en el que Sandías concluyó su sorpresiva y esperpéntica declaración de amor transcurrieron varios minutos en el más absoluto silencio, sólo interrumpido por el martilleante balanceo de la anciana en su butaca. Minutos que a Sandías le parecieron una eternidad.
Melones lo miraba fijamente en actitud desafiante.El cuerpo de Melones entró súbitamente en un vaivén contoneante, una danza, que pasaba de la pose más cómica a la más insultante y descarada.
Melones sentía, respiraba y hasta podía palpar en el ambiente, el apestoso olor que desprenden los perdedores.Ella lo era.
Manteniéndole la mirada a Sandías dejó caer lentamente el manojo de puerros al suelo. Del modo más chulesco y provocador, posó las dos manos a la altura de su cintura, quedando así, a horcajadas.
En tono sarcástico rompió el asfixiante silencio y exclamó:- ! Valiente hijo de perra!,!Mirlos como tú los tengo yo a mis pies a poco que chasque dos dedos!,!Lárgate de mi casa, jodido piojoso!,!Busca en otra parte a la mema que quiera lavar tus miserias y que aguante tu fétido olor!,! La Melones es muuuuuuucha Melones pa ti, entérate!.!Hala!,!Puerta!,- dijo finalmente Melones acompañando la última frase con un gesto simultáneo de su mano y dejando abierta la puerta de su casi nueva y casi limpia caravana.
Tras las palabras de Sandías el silencio se apoderó de la estancia, se paseó entre la pareja, la distancia entre sus ojos se tornó infinita, se miraban pero no se veían. Ninguno se atrevía a articular palabra, sus gargantas secas se habían desconectado de su intelecto y sus músculos atrofiado; parecía el final de una larga espera de deseos entrecruzados.
De repente los tres pequeños de Melones irrumpieron en la caravana gritando como de costumbre, pero al descubrir la presencia de Sandías, como si de una sordina se tratara, sus gritos se apagaron, el silencio se volvió a pasear por la pequeña estancia mientras nuestros protagonistas permanecían de pie cual estatuas de sal.
Por fin Sandías se giró, agachó la cabeza y con un hilo de voz dijo: perdón…, perdón…, perdón por mi osadía y sin saber cómo, sus pies se dirigieron hacia la puerta de la caravana mientras su cabeza parecía haberse roto de la vergüenza. Una vez hubo franqueado la puerta y cuando bajaba por los escalones metálicos que daban acceso a la caravana un grito truncó su huída. Era melones que sin saber tampoco el porqué bronqueó al cobarde con un ¡Ehhhhhh.! ¿Donde crees que vas! Ambos salieron al jardín y con el viento por testigo y, nuevamente con el silencio como aliado unieron levemente sus labios, sellando un amor que en la distancia ambis se profesaban sin que ninguno se atreviera a expresarlo.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado. (lo siento por el rápido desenlace pero no tengo tiempo, me voy de vacacionessssssss.) ¡AAAAh! Y las tragaperras y la suciedad y el desorden desaparecieron de sus vidas. Me gustan los finales felices.
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