Este es mi final para el relato. Respecto al concurso, mañana publicaré quie ha sido el/la ganador/a de los melones, puesto que me está costando mucho decidirme por uno, y he requerido la ayuda de algunos/as asesores/as literarios/as.
El sofá de Sandías (3ª Parte):
Melones sabía muy bien que la vida era injusta, amarga e ingrata, y con la suficiente mala leche como para castigarla con aquella broma. Para una vez que un hombre se interesaba verdaderamente por ella, y no lo hacía simplemente por un sucio y rápido revolcón en el asiento trasero de un coche, el destino le ponía delante a este fantoche, loco, feo, sucio y sin oficio ni beneficio.
Mientras pensaba en la ironía del destino, se mantuvo completamente quieta, mirando al pobre Sandías, que ya había interpretado el silencio de su amada como una bochornosa negativa a su declaración, y empezaba a dirigirse lentamente hacia la puerta con la cabeza gacha. Todo su enjuto cuerpo demostraba vergüenza y decepción, y al verle así, tan desnutrido, tan solo, tan abandonado, tan rechazado, una pequeña chispa de compasión y amarga tristeza prendió en el alma cándida y maternal de Melones.
Una chispa que encendió la mecha de una idea, de una esperanza, de una auténtica declaración de intenciones, una escapada hacia delante que inundó de coraje el corazón de la mujer: - Si el destino se mofaba de ellos de esta manera, ella lo combatiría, y pondría todo su empeño en derrotarlo, y ya veríamos quien reía más al final.
Dicho y hecho, Melones agarró a Sandías por el brazo cuando este pasaba lentamente por su lado, sin atreverse a mirarla a la cara camino de la puerta (aunque si que miró de reojo el ramo de puerros, no descartando recibir algún golpe antes de salir), y como si fuera una moderna Scarlett O´hara, le observó detenidamente, de arriba abajo, y le dijo: -¿Quieres ser mi hombre?, pues ser el hombre de la Melones cuesta, y tu vas a empezar a pagar-, (vale si, pongamos que ella era muy aficionada a las series de los ochenta).
Cogió a Sandias como si fuera un muñeco, lo arrastró hasta el baño, lo desnudó, abrió la llave de la ducha y lo metió dentro. El pobre Sandías allí desnudo, asustado y avergonzado, no se atrevía a moverse ni a quejarse, simplemente temblaba mientras Melones le cubría de jabones, champús, y le frotaba con una esponja rasposa con tal fuerza que parecía que iba a arrancarle la piel.
Cuando terminó la tortura de aquella brutal higienización, Melones envolvió a Sandías en toallas, lo puso delante del espejo del baño, sacó la maquinilla de esquilar a sus hijos cuando traían algún piojo de la escuela, y le rapó las greñas de código de barras (algo parecido al estilo Anasagasti) al uno. Después, le dio una pastilla de jabón, y una cuchilla desechable (que apenas había usado para hacerse las piernas un par de veces), y le dijo:- Aféitate esa barba a conciencia, creo que tengo algo de ropa del bastardo de mi ex en alguna parte, seguro que te sentará bien-.
Al instante, cuando Sandías con manos temblorosas estaba terminando su tarea, aunque con un par de virutillas de papel higiénico taponando sendos cortes, apareció Melones con un traje azul marino un poco arrugado, y no demasiado elegante, una camisa color crema indefinido (en su día debió ser blanca), y unos calzoncillos de algodón blanco con la goma un poco floja.
El pobre hombre se vistió, y aunque todo le quedaba un poco grande, y tenía cierta pinta de conserje de finca de vecinos, parecía un hombre distinto. Quizás no muy guapo, puede que no excesivamente elegante, pero si respetable..., siempre y cuando no sonriera demasiado, aunque Melones tenía un primo que trabajaba en una funeraria municipal, y se movía en el negocio de las dentaduras postizas robadas, así que ese problema pronto estaría solucionado.
Y así, el nuevo Sandías se convirtió en uno más de la familia, y muy pronto consiguió un modesto trabajo de camarero en una tasca cercana. Con el tiempo, Melones le invitó a mudarse a su casa, y sus hijos aprendieron a quererle, a escucharle y a respetar su sitio en el lado derecho del sofá rojo, delante del televisor.
Una tarde cualquiera, meses después, mientras estaban sentados a la mesa compartiendo unas pizzas congeladas, la abuela se levantó de su butaca, se plantó delante de todos y dijo: -Sandías, querido, ¿te importaría ponerle pilas nuevas al mando a distancia?-.
Melones sabía muy bien que la vida era injusta, amarga e ingrata, y con la suficiente mala leche como para castigarla con aquella broma. Para una vez que un hombre se interesaba verdaderamente por ella, y no lo hacía simplemente por un sucio y rápido revolcón en el asiento trasero de un coche, el destino le ponía delante a este fantoche, loco, feo, sucio y sin oficio ni beneficio.
Mientras pensaba en la ironía del destino, se mantuvo completamente quieta, mirando al pobre Sandías, que ya había interpretado el silencio de su amada como una bochornosa negativa a su declaración, y empezaba a dirigirse lentamente hacia la puerta con la cabeza gacha. Todo su enjuto cuerpo demostraba vergüenza y decepción, y al verle así, tan desnutrido, tan solo, tan abandonado, tan rechazado, una pequeña chispa de compasión y amarga tristeza prendió en el alma cándida y maternal de Melones.
Una chispa que encendió la mecha de una idea, de una esperanza, de una auténtica declaración de intenciones, una escapada hacia delante que inundó de coraje el corazón de la mujer: - Si el destino se mofaba de ellos de esta manera, ella lo combatiría, y pondría todo su empeño en derrotarlo, y ya veríamos quien reía más al final.
Dicho y hecho, Melones agarró a Sandías por el brazo cuando este pasaba lentamente por su lado, sin atreverse a mirarla a la cara camino de la puerta (aunque si que miró de reojo el ramo de puerros, no descartando recibir algún golpe antes de salir), y como si fuera una moderna Scarlett O´hara, le observó detenidamente, de arriba abajo, y le dijo: -¿Quieres ser mi hombre?, pues ser el hombre de la Melones cuesta, y tu vas a empezar a pagar-, (vale si, pongamos que ella era muy aficionada a las series de los ochenta).
Cogió a Sandias como si fuera un muñeco, lo arrastró hasta el baño, lo desnudó, abrió la llave de la ducha y lo metió dentro. El pobre Sandías allí desnudo, asustado y avergonzado, no se atrevía a moverse ni a quejarse, simplemente temblaba mientras Melones le cubría de jabones, champús, y le frotaba con una esponja rasposa con tal fuerza que parecía que iba a arrancarle la piel.
Cuando terminó la tortura de aquella brutal higienización, Melones envolvió a Sandías en toallas, lo puso delante del espejo del baño, sacó la maquinilla de esquilar a sus hijos cuando traían algún piojo de la escuela, y le rapó las greñas de código de barras (algo parecido al estilo Anasagasti) al uno. Después, le dio una pastilla de jabón, y una cuchilla desechable (que apenas había usado para hacerse las piernas un par de veces), y le dijo:- Aféitate esa barba a conciencia, creo que tengo algo de ropa del bastardo de mi ex en alguna parte, seguro que te sentará bien-.
Al instante, cuando Sandías con manos temblorosas estaba terminando su tarea, aunque con un par de virutillas de papel higiénico taponando sendos cortes, apareció Melones con un traje azul marino un poco arrugado, y no demasiado elegante, una camisa color crema indefinido (en su día debió ser blanca), y unos calzoncillos de algodón blanco con la goma un poco floja.
El pobre hombre se vistió, y aunque todo le quedaba un poco grande, y tenía cierta pinta de conserje de finca de vecinos, parecía un hombre distinto. Quizás no muy guapo, puede que no excesivamente elegante, pero si respetable..., siempre y cuando no sonriera demasiado, aunque Melones tenía un primo que trabajaba en una funeraria municipal, y se movía en el negocio de las dentaduras postizas robadas, así que ese problema pronto estaría solucionado.
Y así, el nuevo Sandías se convirtió en uno más de la familia, y muy pronto consiguió un modesto trabajo de camarero en una tasca cercana. Con el tiempo, Melones le invitó a mudarse a su casa, y sus hijos aprendieron a quererle, a escucharle y a respetar su sitio en el lado derecho del sofá rojo, delante del televisor.
Una tarde cualquiera, meses después, mientras estaban sentados a la mesa compartiendo unas pizzas congeladas, la abuela se levantó de su butaca, se plantó delante de todos y dijo: -Sandías, querido, ¿te importaría ponerle pilas nuevas al mando a distancia?-.
3 comentarios:
Vale: quédate con tú con los melones.
Siento el atropello, pero mientras no proclames un vencedor/a, sumo uno más a la lista de geniales desenlaces.
.Tan perpleja como la mirada de la Señora Venancia desde hacía algunos años, así se tensaron músculos y sentimientos de la mal ponderada Melones.
Sí, es cierto, sintió la curiosidad de la primera declaración. Sabía que ese hombre, sucio y cabizbajo, que la espiaba a hurtadillas no era Romeo. Pero también su corazón roto de añoranza sabía que ella no era la bella hija de los Capuleto.
Subió la mirada, mientras con su mano derecha se colocaba la diadema de plástico dorado con la que sujetaba los cabellos de esparto, herencia de su madre. Llegó a los ojos de Sandías, percatándose de que la tristeza los había achinado y pronunció un: "Lo siento Sandías, este mugriento sofá será lo único que puedo compartir contigo. Si pretendes revolcarte en mi cama, el arroz se me pasó hace tiempo."
La Señora Venancia hizo ademán de querer convertir en mullidito el áspero y mil veces centrifugado cojín con funda de escena de caza. Melones sabía interpretar cada gesto, cada mirada de su madre. Interpretaba que, quizá no le hacía gracia el hombre del otro extremo del sofá e incluso movió ligeramente los orificios nasales, en señal de proclamar la necesidad de un buen enjabonamiento,pero a nadie se le niega abrigo ni un mínimo asiento.
Gracias por estas historias.
Un abrazo.
Dificil tarea te espera. Los finales han sido todos tan geniales que me sería imposible dar un ganador...y además estás tu que lo has integrado en la familia, dándole un lugar y un respeto...a saber que contienen las pilas del mando de la abuela.)
Suerte a todos
Un abrazo
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