lunes, 19 de noviembre de 2007

París

Paris. Noviembre 2007.
Qué bonita es París. Una ciudad inabarcable y abierta, donde todo es a lo grande, incluidos el frio y los precios.
Es una ciudad para andar, para perderse, para pensar, para leer, para enamorarse, o incluso para morir congelado, eso sí, al menos, te irás al otro barrio contemplando unas vistas maravillosas.
Allí hemos visto museos, hemos subido y bajado sus calles y sus monumentos, nos hemos internado en sus tripas, desplazándonos en metro por toda su superficie. Hemos desayunado típicos croissants, comido escargots, merendado creppes, cenado bueuf bourguiñon. Pero también hemos recurrido a los típicos bocadillos caseros que abaratan los costos de cualquier viaje.
Un consejo. Es una ciudad muy cara. Que no os de miedo utilizar la picaresca española. Si os compráis la tarjeta de acceso a todos los museos de 48 horas, rellenad la fecha a lápiz, y así podréis utilizarla varios días. Merece la pena ahorrase unos euros, que luego te vas a gastar irremediablemente en cafés y cervezas.
Otro consejo, absteneros cuanto podáis de recurrir a esa vieja costumbre tan nuestra, y tan sana, que es criticar abiertamente y en voz en alto, pensando que no se nos entiende. Podéis, como nosotros, llevaros una desagradable sorpresa.
¿Con qué me quedo? Pues probablemente con el Museo Rodin, que me sorprendió muy gratamente. También el Pompidour.
¿Lo que menos me gustó? Que me pareció una ciudad con poca alma. Quizás es tan bonita que no la necesite, y sean ciudades más imperfectas como Madrid, las que se ven obligadas a construir ese espíritu, ese entorno especial que las hace bellas en su fealdad.
La compañía ha sido estupenda, y aprovecho para dar las gracias a H, al concejal D y a la concejala consorte N, por ser tan buenos compañeros de viaje.
Qué bonito es viajar, aunque sean sólo escapadas de dos o tres días.

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