martes, 18 de marzo de 2008

El amor imposible de Mornar (2 parte)

Pero algo extraño ocurría con Mornar aquella mañana, porque en vez de bailar, jugar y chapotear en el agua como solía, se limitaba a permanecer sentado, muy concentrado en los sonidos que salían de su instrumento de ébano y plata, y tenía un cierto aire melancólico, o bueno…., lo más parecido a un rictus de melancolía que pueden expresar las facciones siempre risueñas y repletas de arrugas de los duendes. También sus grandes ojos azules expresaban preocupación, y este sentimiento no era algo habitual entre los de su raza.

Además, su interpretación al clarinete no era alegre, sino que se trataba de una bella melodía romántica, que sobrepasaba con creces los límites legales de dulzura, convirtiéndose en una canción que de tan hermosa sonaba incluso cursi. Y si en este mundo, existe algo o alguien más perfeccionista que un duende, en cualquier tipo de manifestación artística (todas se les dan bien), hasta el punto de auto-parodiar sus obras de puro cursi, ese ser sólo puede tratarse de un duende enamorado.

Mornar, por primera vez en su vida estaba enamorado, y todo el mundo en Idilio-de-Ortigas-y-Zarzas, estaba sufriendo las consecuencias de ese estado: setos silvestres podados en formas de bailarinas y cisnes en complicados escorzos, árboles pintados de rosa y purpurina de las raíces a los frutos, linces, zorros y lobos que veían sus colas decoradas con lazos y flores de vivos colores, toda una familia de osos pardos teñida de blanco y negro, a imagen y semejanza de otros osos que Mornar había visto de pequeño en su libro de ilustraciones, en el capítulo de animales exóticos, y que le habían parecido tan entrañables.

En definitiva, el amor que sentía nuestro duende, le estaba causando un agudo caso de romanticismo duendil, y si el alcalde y el párroco de Villa-Llegamos-y-Nos-Quedamos se hubieran adentrado en la espesura, desobedeciendo su propia prohibición, se habrían encontrado el bosque muy cambiado, y lo habrían hecho quemar de inmediato por “claros fenómenos de magia negra y brujería”.

Los animales del bosque, acuciados por la curiosidad, o más bien un poco hartos de la situación, le preguntaban insistentemente cuando le veían tan atareado en sus labores de embellecimiento: -¿No será que estás enamorado, oh, amado señor del bosque?-, a lo que Mornar, que como todos los duendes, tenía la facultad de hablar con los animales (3), contestaba:- ¿Yooooo?, ¿enamorado yo?, ¿Cómo podéis estar pensando en algo semejante?-, y continuaba tallando maderas en forma de corazoncitos y estrellitas, que pintaba de colores pastel, con la firme intención de decorar los aburridos y sosos cuernos de los ciervos.

Hacía ya una semana desde que Mornar presentaba este extraño comportamiento, demasiado excéntrico incluso para un duende. Y justo hacía exactamente siete días desde que una joven, una de las más bellas de Villa-Llegamos-y-Nos-Quedamos, se había atrevido a saltarse la prohibición, internándose en el bosque, y descubriendo el Bello-pero-Frío-Estanque-de-la-Cascada-Plateada.

Desde entonces, Mornar recordaba a cada minuto, como había estado a punto de ser descubierto, y como gracias a su agilidad y sigilo, había conseguido evitar incumplir la primera de las “Cuatro-Reglas-Fundamentales-en-la-Vida-de-los-Duendes”(4):- No te dejarás ver y no te relacionarás nunca con un humano-, y como se había pasado casi una hora escondido, espiando a la doncella más bella, hermosa y pura que jamás había visto.

A decir verdad, Mornar no había contemplado a muchas doncellas en su vida, y menos aun desnudas, pero estaba claro que esta no se parecía en nada a los grandes y peludos leñadores, que trituraban el bosque a golpe de hacha en tiempos de antaño, y tampoco a sus mujeres, casi tan peludas como ellos, cuando les traían el almuerzo.

Ella se parecía más a la princesa de cuento que había visto en su libro de ilustraciones cuando era pequeño. Tenía el mismo pelo largo, sedoso y dorado como el sol, los mismos labios rojos y suaves como pétalos de Phaenomeria común (si hay algo sobre lo que los duendes pueden presumir, es de sus extensos conocimientos de botánica), y una sonrisa si cabe más radiante y espléndida. Y si Mornar hubiese podido contemplar en su libro de ilustraciones, imágenes de princesas desnudas, cosa poco probable, debido al carácter estricto del “Gran Duende Censor de Ilustraciones” (5), seguro que estas habrían lucido una anatomía igual de perfecta que la de su amada. (Continuará).


(3): Los duendes pueden hablar con todos los animales, a excepción de los domésticos, que están demasiado acostumbrados a una comunicación con sus dueños bastante simple. Es difícil conversar con alguien que solo entiende frases como: ¡Salta Boby!, ¡Corre Boby!, ¡Sit!, o ¡Maldito saco de pulgas!.

(4): 1. No te dejarás ver y no te relacionarás nunca con un humano. 2. Te cambiarás de ropa interior una vez a la semana (como mínimo), después de bañarte. 3. Tu bosque es tuyo, y de nadie más, así que cuídalo. 4. No te olvides jamás de lo que aprendiste en tu libro de ilustraciones cuando eras pequeño.

(5): Uno de los grandes y poco conocidos logros del “Gran Duende Censor de Ilustraciones”, es que fue el verdadero inventor del Collage. En su desmesurada atracción y habilidad con las tijeras, los papelitos de colores y la cola de carpintero, conseguía maravillosas e innovadoras transformaciones en los libros de ilustraciones. Sin duda, los niños de parvulario de todo el mundo, deberían de estarle eternamente agradecidos, o quizás no.




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