lunes, 28 de abril de 2008

Canción para el mar


Canta Marcelo a los cuatro puntos cardinales, a los vientos, a las estrellas y al amanecer. Eleva su fuerte voz por encima de la quilla de su pequeña balandra, mientras sus expertas y encallecidas manos echan los aparejos al mar, en busca de esquivos peces, generalmente agujas, jureles y lubinas, que serán, tras una dura negociación en la lonja, su diario sustento y el de toda su familia.

El pescador entona una y otra vez las mismas melodías, repertorio plagado de habaneras y serranas, sin darle tregua al silencio, con el mismo vigor con el que se aferra a las poleas que arrían los curricanes, recogiendo y cebando sus juegos de anzuelos sin tregua.

Sólo de vez en cuando, suelta los aparejos y corre raudo al timón, desde donde corrige el rumbo de su embarcación, y controla la velocidad de arrastre, con una maestría fraguada por la experiencia.

Hoy Marcelo no pesca ni canta sólo. Hoy su hijo mayor, Antonio, le acompaña en la faena. Lo hace siempre que cierra la escuela, desde el mismo instante en que medró lo suficiente como para asomar los ojos por la barandilla embreada del bote sin ponerse de puntillas.

El todavía imberbe joven adora echarse a la mar con su padre en los días de fiesta, y ha aprendido de Marcelo a trabajar con el corazón alegre, siguiendo las canciones de su progenitor con una segunda voz de contralto, aguda pero hermosa, Así, con sus melodías, dos voces emparentadas al unísono, recompensan al mar por todos los bienes y el sustento que les brinda.

Y cuando el sol se pone alto, regresan los dos a puerto y echan el ancla, descargan sus cestas de mimbre llenas de pescado, felices aun en los días en que el botín es escaso, contentos de haber compartido juntos una dura jornada de trabajo.

Es entonces cuando padre e hijo callan, y emprenden el camino hacia el mercado, en completo silencio, con el eco de sus melodías resonando aun en sus cabezas y con una amplia sonrisa en sus caras cansadas.

2 comentarios:

Tejedor dijo...

Muy bonito y alegre relato, que casi le traslada a uno a bordo de la balandra de Marcelo, atrapado con el canto entredientes de una habanera y embelesado en las faenas de la pesca. La imaginación sólo queda para completar el magnífico cuadro que relatas a modo de "Canción para el mar", con dos protagonistas, padre e hijo, que no necesitan de fotografía para su identificación.

Gracias por el precioso relato.

Oteaba Auer dijo...

Magnífico post que no puedo comentar porque no dejas lugar para ello...Tu sensibilidad, siempre, a flor de piel...y lo uqe es mejor, sabes transmitirla para que llegue a lo más porfundo de nuestro conrazón :)